“Pondré mis leyes en sus mentes y las escribiré en sus corazones. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no enseñarán a su prójimo, ni se dirán unos a otros: ‘Conoce al Señor’, porque todos me conocerán, desde el más pequeño hasta el más grande.” Hebreos 8:10b-11
Aprender a amar a mis hijos como Jesús me ama ha sido un largo camino, un camino que aún sigo recorriendo. Las ideas falsas que tengo sobre su carácter se derrumban constantemente. A través de las Escrituras y su Espíritu, aprendo quién es Él realmente: Él es amor, y eso abarca muchas cosas, incluyendo errores y pecados. Necesito dejar de lado mis expectativas e ideales para abrazar su camino. Las cosas que son muy importantes para mí pasan a un segundo plano, mientras que la verdad según la Palabra ahora ocupa el trono de mi corazón. Verán, una mente dirigida por la carne está constantemente en desacuerdo con el carácter del Espíritu (lean Romanos 8:7). De la misma manera, nuestras ideas naturales sobre la crianza de los hijos chocan con las enseñanzas de Jesús.
¡Criar hijos desde nuestra carne es tan fácil y natural! Queremos hijos perfectos, por lo que nuestra mente exalta el perfeccionismo. Nos gustan las reglas estrictas y los castigos porque parecen líneas claras que tienen sentido y los mantienen bajo control. Tristemente, a menudo queremos juzgarlos en lugar de discipularlos y administrar misericordia. Verán, si tenemos falta de amor en nuestros corazones, la tentación de criar hijos robot sin amor ni relación surgirá continuamente. ¡Este no es el corazón de Dios! Fracasa porque la presión externa y la contención en realidad no producen un cambio duradero en nosotras ni en nuestros hijos. La prueba está en el pudín: ¿qué sucede cuando se eliminan las restricciones?
Siendo honestas, lo que más deseamos como madres es que nuestros hijos lleguen a amar a Jesús y obedecerlo cuando no estamos, ¿verdad? Al menos eso es lo que deseo como madre. Quiero que sean limpios por dentro y por fuera y que se gobiernen a sí mismos para que hagan lo correcto incluso cuando se eliminen las reglas. ¿Pero cómo es eso posible?
No hay verdadera esperanza más allá de Jesús. Solo Él hace alcanzable la libertad. ¡Su poder vencedor es mucho mayor que nuestras débiles restricciones y límites! Incluso cuando nuestros hijos son pequeños, es nuestro mandato como padres guiarlos hacia Él. Sus deseos cambian cuando nacen de Su Espíritu, porque Él escribe milagrosamente Sus leyes en sus corazones. Es nuestra responsabilidad nutrirlos en las enseñanzas de Jesús, y es la responsabilidad del Espíritu Santo traerles la libertad.
En Juan 8:31b-32, Jesús dijo: «Si se mantienen fieles a mi enseñanza, serán verdaderamente mis discípulos; entonces conocerán la verdad, y la verdad los hará libres». ¿Cómo nos convertimos en discípulas de Jesús? Obedeciendo y viviendo el amor, a Su manera. Nuestros hijos también se convierten en sus seguidores al experimentarlo a través de nosotras. Estas enseñanzas definitivamente deben serles transmitidas. ¡No deberíamos hipócritamente mantener cautivos a nuestros hijos cuando Dios ha provisto un remedio duradero! Es bueno que reevaluemos nuestras reglas, ideas y métodos en comparación con los de nuestro Señor. No olvidemos que Jesús nos ayudó a alcanzar la perfección al morir como un sacrificio inmaculado y sin pecado. No debemos esperar ni un ápice más de nuestros hijos de lo que esperamos de nosotras mismas.
Mamá, aprende a ser tolerante contigo misma. Damos libremente cuando recibimos libremente, y aquí es donde todo comienza. Está bien consultar a Dios antes de lidiar con la mala actitud de tu hijo y orar por su consejo antes de reaccionar. Las cosas que Él revela cuando le pedimos son asombrosas y reveladoras, ¡aunque pueda llevar tiempo! Nuestras propias manos solo brindan una solución temporal, y a menudo nos impiden recibir revelación del Dador de la Vida. Desechar nuestras propias ideas y cambiarlas por la verdad de Dios trae respuestas. La gracia (lo que Él nos da a diario) expone lo que hay en nuestros corazones, revelando también nuestra necesidad de Él. Cuando Él entra en escena, en nuestra historia, nos empoderamos para vivir por encima del pecado. De hecho, el pecado pierde su control. Queremos que nuestros hijos también vivan en este lugar de libertad.
Dios nos susurra excelentes respuestas para los grandes problemas que enfrentan. Como madres, debemos aprender a ser pacientes y escuchar. Recuérdeles a sus hijos con frecuencia (sobre todo cuando se equivocan) su verdadera identidad: hijos de Dios. Si aún no son salvos, explíqueles que Jesús tiene la clave del pecado y que ya no es un problema. Cuéntales con claridad la historia de la salvación. Jesús pagó el precio por todos los pecados: pasados, presentes y futuros. Jesús hace nuevas todas las cosas. Si puede, abrace a sus hijos y escuche sus corazones. Dígales: “Eres muy amado”. En lugar de recurrir a su antigua conducta de hablar con dureza y condena, ¡bendígalos! Asegúreles que siempre los amará, pase lo que pase. ¿Sabe por qué? Porque así es como Jesús trata a todos sus hijos. Pronto sus hijos comenzarán a verse como Dios los ve, y usted también. ¡Bendecir a sus hijos con palabras vivificantes es una clave fundamental para su libertad!
Bendiciones y cariño,
Mari Jo Mast y el equipo del Club de Ayuda para Mamás
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